Salvo por mi audífono
Nos próximos
meses, a escrita do romance e as notas sobre o processo de criação terão como
trilha sonora uma sinfonia de martelos, betoneiras, caminhões transitando,
gritos de pedreiros e radinhos de pilha ecoando sertanojo primário. Bem em
frente à minha casa, serão construídas quatro residências, não sei se geminadas
ou duplex. Não estou reclamando, apesar de o barulho ser um incômodo. Outras
pessoas vão realizar o sonho que eu e minha família alcançamos recentemente que
é ter a casa própria. Preciso, no entanto, me adaptar ou tentar contornar o
problema.
Será que a
quebra do silêncio interferirá no ritmo do romance? De qualquer forma, um
aliado que já tenho há algum tempo terá papel de destaque: o fone de ouvido.
Desde os tempos em que passava boa parte do meu tempo no ônibus entre a cidade
de Venâncio Aires e Santa Cruz do Sul, com o fone me fechava no meu mundo
interior, povoado de cenas e personagens literárias, ouvindo música clássica ou
notícias oriundas de rádios AM de Porto Alegre. Na minha biblioteca, não é
diferente. Comprei, inclusive, uma extensão para ligar o fone ao computador,
pois o fio é muito curto. Pela internet, consigo ouvir rádios como a Cultura FM
de São Paulo, recheada de música erudita de qualidade, o que é uma redundância,
ou a webrádio Mínima FM, com
programas encabeçados por gente como o Luis Fernando Verissimo, José Pedro
Goulart, Eduardo “Peninha” Bueno, Wander Wildner e Jorge Furtado. Nada disso
elimina o barulho externo, mas ajuda.
Há um
capítulo de Salvo el crepúsculo,
livro póstumo de Julio Cortázar, em que o escritor argentino escreve que
escutava jazz com seus fones de ouvido não só para não atrapalhar os vizinhos,
mas porque o som é melhor, a música parecendo que brota do interior de nós mesmos.
Além disso, escreveu este
poema:
Cuando
entro en mi audífono,
cuando
las manos lo calzan en la cabeza con cuidado
porque
tengo una cabeza delicada
y además
y sobre todo los audífonos son delicados,
es
curioso que la impresión sea la contraria,
soy yo el
que entra en mi audífono, el que asoma la
cabeza a
una noche diferente, a una oscuridad otra.
Afuera
nada parece haber cambiado, el salón con sus lámparas,
Carol que
lee un libro dc Virginia Woolf en el sillón de enfrente,
los
cigarrillos, Flanelle que juega con una pelota de papel,
lo mismo,
lo de ahí, lo nuestro, una noche más.
y ya nada es lo mismo porque el silencio del afuera amortiguado
por los aros de caucho que las manos ajustan
cede a un silencio diferente,
un
silencio interior, el planetario flotante de la sangre,
la
caverna del cráneo, los oídos abriéndose a otra escucha,
y apenas
puesto el disco ese silencio como de viva espera,
un
terciopelo de silencio, un tacto de silencio, algo que tiene
de
flotación intergaláxica, dc música de esferas, un silencio
que es un
jadeo silencio, un silencioso frote de grillos estelares,
una
concentración de espera (apenas dos, cuatro segundos), ya la aguja
corre por
el silencio previo y lo concentra
en una
felpa negra (a veces roja o verde), un silencio fosfeno
hasta que estalla la primera nota o un
acorde
también adentro, de mi lado, la música en el
centro del
cráneo de cristal
que vi en el British Museum, que contenía el
cosmos
centelleante
en lo más hondo de la transparencia, así
la música no viene del audífono, es como si
surgiera de mí mismo,
soy mi oyente,
espacio puro en el que late el ritmo
y urde la melodía su progresiva telaraña en
pleno
centro de la gruta negra.
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